Tarde o temprano, la gente se cansa : esta ley rige sobre todos los gobiernos y sobre todos los regímenes políticos, en todas las épocas y en todas las latitudes. Lo sugirió Borges en su poema "La noche cíclica": "Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente". La política, como la vida, gira en ciclos. En la parte ascendente del ciclo, la gente se "encanta" con el recién venido. Ya se llame Obama, Menem o Kirchner, ésta es la etapa gloriosa de los líderes. Pero al fin llega, inevitablemente, la hora del "desencanto" del pueblo con los gobernantes. Su ciclo de atracción y de poder se curva, entonces, en dirección del anochecer mientras asoma, detrás del horizonte, el nuevo líder llamado a recorrer, a su turno, la misma trayectoria.
A partir de este destino común a todos, la carrera política de los gobernantes se bifurca en dos direcciones contrapuestas, según se resignen sabiamente a la curvatura inexorable de sus biografías o se rebelen contra ella pretendiendo prolongar con desatino su vigencia. Es que los hombres no sólo son "física" sino también "políticamente" mortales. La pretensión de la inmortalidad política es un reflejo de lo que los griegos llamaban hybris o "desmesura", que según ellos era el pecado capital de aquellos hombres que aspiraban a ser "superhombres", una falta que cometieron desde el inicio de los tiempos, según la Biblia, Adán y Eva al caer bajo el engaño de la serpiente, que les dijo: "Si coméis la manzana prohibida, seréis como dioses". Este es también el argumento común de las tragedias griegas, en cuyo desenlace los héroes, por haberse creído dioses, reciben el castigo de su soberbia.
Los líderes de las repúblicas bien ordenadas se ajustan a los límites de la mortalidad política. Previstos de antemano, sus ciclos toman, entonces, el nombre de plazos constitucionales. Ya se llamen Lula, Bachelet o Tabaré, los gobernantes de países vecinos, como Chile, Uruguay y Brasil, terminaron o están terminando en medio del respeto y la aprobación general porque supieron aceptar la lógica cíclica de sus constituciones. Otros gobernantes latinoamericanos como Chávez, Morales y Ortega, han pretendido en cambio transgredir la disciplina de los plazos mediante la hybris de las reelecciones indefinidas. En la reciente reunión de Caracas para celebrar el bicentenario de la independencia venezolana, hubo cierta lógica en que Raúl Castro y Cristina Kirchner posaran junto a aquellos porque ambos han buscado la meta de la inmortalidad política con la ayuda de una conexión familiar. Uno, por ser el hermano de Fidel; la otra, por ser la esposa de Néstor, Raúl y Cristina aspiran a una perduración indefinida, "inmortal", mediante el continuismo familiar.
La hybris de Kirchner
Ajustándose al principio que excluye las reelecciones indefinidas, nuestra reforma constitucional de 1994 limitó a dos períodos consecutivos el plazo presidencial. Si Néstor Kirchner insiste ahora en su candidatura presidencial para 2011, estará violando aquel principio porque, al digitar a Cristina en 2007, lo que obtuvo, en realidad, fue su propia reelección a través de ella, a la que en 2011 seguiría, si la consiguiera, una tercera presidencia consecutiva. En Colombia, la Suprema Corte le impidió al presidente Uribe un designio similar. ¿Se atreverá nuestra Corte Suprema a repetir la hazaña? La única barrera para la ambición interminable de los Kirchner que quedaría disponible, si la Corte callara, sería la voluntad popular.
De acuerdo con las reglas de nuestra elección presidencial, Kirchner lograría su intento en 2011 si se cumplieran dos condiciones concurrentes: una, que obtuviera un 40 por ciento de los votos en la primera vuelta, porque por debajo de este "piso" sería inexorablemente vencido en la segunda vuelta del ballottage por cualquier opositor, debido a su alta imagen negativa; la otra, que ninguno de sus rivales alcanzara a su vez, en la primera vuelta, un "piso" del 30 por ciento. Cumpliéndose estas dos condiciones, Kirchner sería elegido presidente, por tercera vez consecutiva, para el período 2011-2015.
Detrás de estas expectativas, el ex presidente se ha lanzado a su reelección provisto de dos tácticas. La primera es llegar él mismo en la primera vuelta de 2011 a la "cifra mágica" del 40 por ciento. La segunda es atacar despiadadamente a sus rivales para que ninguno de ellos atraviese la barrera del 30 por ciento. La severidad de esta doble exigencia explica la extraordinaria agresividad que el kirchnerismo está exhibiendo frente a sus opositores. Con la ayuda de la "caja" que aún sigue manejando, el ex presidente aspira a domesticar uno tras otro a todos aquellos "semikirchneristas" que aún no se animan a liberarse de él. Un ejemplo de ello se vio en estos días, cuando nada menos que catorce gobernadores kirchneristas rechazaron que se les atribuyera el impuesto al cheque, al que, sin embargo, tienen derecho. Esta estrategia centrípeta del ex presidente se complementa, a su vez, con embestidas constantes no sólo contra la oposición, sino también contra el periodismo independiente, una estrategia centrífuga destinada a dispersar a sus contendientes para que ninguno de ellos llegue al fin a esa otra "cifra mágica" del 30 por ciento que lo habilitaría para enfrentar y derrotar a Kirchner en la segunda vuelta del ballottage.
El patrón del barrio
Al renunciar a toda moderación y a todo diálogo con el no kirchnerismo, el ex presidente buscaría demostrar a propios y extraños que a este país cruzado por simientes de anarquía y grietas de corrupción, sólo un líder dotado de una extraordinaria energía y de una falta total de escrúpulos es capaz de gobernarlo. Véase, si no, lo que le pasó a ese presidente respetuoso, pero tímido, que fue Fernando de la Rúa. A un país indisciplinado, en suma, ¿sólo un jefe feroz podría gobernarlo? Esta es la hipótesis que en el fondo sostiene Kirchner como fundamento de su derecho a gobernar sin límites ni plazos, lo cual supone, dicho sea de paso, un bajísimo concepto de los argentinos.
Contra esta pretensión de máxima de los Kirchner, vale todavía, sin embargo, el hecho de que tres de cada cuatro argentinos les bajaron el pulgar en las elecciones del 28 de junio. ¿Este otro dato no avala, por su parte, la sospecha de que, habiendo cesado el encanto inicial con los Kirchner que pudo expresarse todavía en las elecciones presidenciales de 2007, estos ya recorren a su pesar esa fase descendente del "desencanto" que abriría el capítulo final de su ciclo de poder? Cuando luchan por el poder con el desenfrenado empeño que demuestran, ¿no están luchando también los Kirchner contra algo tan inexorable como la ley de gravedad? Los plazos de poder previstos por la reforma constitucional de 1994 abarcan, a lo sumo, un período de ocho años. Este período se habrá cumplido a fines de 2011. Luchar empecinadamente por desconocerlo como ahora lo intenta el matrimonio presidencial, ¿no es rebelarse en cierta forma contra la lógica misma de los ciclos políticos? "La gente se cansa", señalábamos al comienzo. ¿El 28 de junio no marcó, acaso, el día que al "ciclo de los Kirchner" le llegaba su atardecer? ¿Será posible que la exacerbación de un solo hombre logre violentar al fin lo que la sabiduría de los pueblos vecinos viene probando? ¿Será posible que la irreflexiva dispersión de sus opositores termine por abrirles a los Kirchner las puertas de una ambición que cualquier mandatario prudente juzgaría descabellada? Esta temible pregunta amenaza con acompañar a los argentinos hasta octubre de 2011.