Un objeto de la exposición en el castillo de Chambord. | Giulia Panattoni
Rubén Amón / Francisco Chacón | Chambord (Francia) / Madrid
La ejecutoria de Manolo Valdés (Valencia, 1942) tenía pendiente la experiencia de convertirse en artista de cámara. No de Felipe IV, como podrían sobrentender sus Meninas, sino de Francisco I, rey de Francia y mecenas del castillo renacentista de Chambord.
Es aquí donde el artista se ha instalado durante cinco meses. O lo hacen sus obras, puesto que la exposición recién inaugurada implica el despliegue de casi 30 años de trabajo a propósito de la escultura, el retrato y las naturalezas muertas.
"Es un entorno espectacular, así que resulta un privilegio para mí exponer en un lugar así. Se trata de una experiencia única ver mis pinturas y esculturas con la solemnidad que otorga un castillo como éste. La exposición, en realidad, la ha sugerido el propio castillo porque las piezas han sido seleccionadas atendiendo a su relación temática con él: hay obras con hojas, relativas a la caza, con texturas similares a las de las paredes... Algo totalmente distinto a ver mi obra en un museo", declara a EL MUNDO Manolo Valdés, todo un "escéptico" en el mundo del arte, como se define él mismo.
Corresponde a Kosme de Barañano el papel de comisario. Ya se ocupó en su día de ubicar a Valdés en la casa madre de la Fundación Maeght, pero el desembarco en Chambord contiene otros desafíos insólitos para la trayectoria personalísima del creador levantino. Primero porque más de un millón de personas visitan cada año los dominios del Loira. Y después porque la arquitectura extravagante del castillo, la ampulosidad de sus estancias –hay 440– y la belleza de los espacios ajardinados intimidarían al más atrevido de los espontáneos.
"No creo que haya muchos artistas en el mundo capaces de resistir el diálogo con Chambord", explica De Barañano. "Manolo Valdés es uno de ellos. Sus obras coexisten con naturalidad. Adquieren una nueva vida. Descubren un nuevo sentido sacadas de su contexto habitual", añade el valedor del artista valenciano en Francia.
El planteamiento de la exposición se atiene tanto a los espacios interiores como a los exteriores. De hecho, la primera impresión de los espectadores que recalan en Chambord (200 kilómetros al sur de París) consiste en la sorpresa que supone encontrarse con las cabezas titánicas de Valdés. Parecen custodiar el castillo a modo de colosos decapitados, aunque la particularidad de sus tocados y de sus sombreros retrata un juego de formas y de contrastes con las chimeneas y linternas que, a su vez, recubren las techumbres del palacio.
Es la prueba del diálogo que Valdés mantiene con la escenografía teatral y arquitectónica de Chambord. Unas veces a cuenta de la sintonía y de la mímesis. Otras en razón del contraste y de la diferencia, aunque llama la atención la naturalidad con la que las Meninas tridimensionales del maestro se pasean a cielo abierto en los aledaños del palacio.
Le interesaba a Kosme de Barañano reunir en Chambord el repertorio de Valdés que mejor pudiera reflejar la corte. De ahí que también se haya instalado en Chambord, hasta el 12 de septiembre, la serie de Mariana de Austria, concebida en 2001.
"El último aspecto de la exposición", agrega De Barañano, "concierne a las naturalezas muertas". "Éstas se alojan en los espacios interiores y participan de esa atmósfera tan especial que la obra de Valdés es capaz de crear en un escenario tan poderoso".
Tenía que haber sido Chambord el pabellón de caza de Francisco I cuando las obras comenzaron en 1519, pero los planes iniciales quedaron sobrepasados a cuenta del impulso grandilocuente, ecléctico y megalómano que le otorgaron los sucesivos monarcas. Empezando por Luis XIV, cuyos periodos de solaz en los dominios del Loira se concedieron el capricho de traerse a Molière y a Jean-Baptiste Lully al retiro para estrenar El burgués gentilhombre en la sala de guardias del primer piso.
Manolo Valdés, en cambio, recaló por primera vez en Chambord en 2008. Recuerda el viaje Jean de Haussonville, director general de la institución –pertenece al Estado desde 1930– y anfitrión incondicional del artista: "Cuando vino a ver el palacio, se dio cuenta de que se le presentaba un diálogo extraordinario y de que muchas obras habían nacido para exponerse aquí".
El ex integrante del Equipo Crónica tiene a la vista otra cita muy especial dentro de un mes porque, a propuesta del Ayuntamiento de Nueva York, sus esculturas inundarán la zona alta de Manhattan. Cada cuatro calles, una pieza suya. Un recorrido que arrancará en Central Park West, pasará por el Spanish Harlem y finalizará en el Bronx. "Es una exposición pensada para que la vean capas sociales que no tienen normalmente acceso al arte".