No dudo en calificar las recientes decisiones de la Mesa de Unidad Democrática, en particular las que contiene su último documento (en el que ratifica los acuerdos unitarios), como históricas. Si en 2006 el pacto Rosales-Petkoff- Borges constituyó el primer giro que enderezó el torcido rumbo de una oposición hasta entonces plañidera, dispersa, sumida en el fétido pantano de la antipolítica, gobernada por individualidades que en nombre de la sociedad civil sencillamente hacían lo que les daba la gana, y reagrupó a las fuerzas opositoras en un solo rumbo estratégico que se ha dado en llamar "la ruta democrática" (mucho más que participación electoral); si la victoria democrática en el referendo constitucional probó que sí se puede y la participación de la oposición democrática en las elecciones regionales y municipales reconquistó posiciones de poder imprescindibles para seguir avanzando; la asertiva acción de la Mesa ha logrado lo que parecía todavía lejano: conformar una verdadera alternativa de poder frente al proyecto totalitario fascista y comunista en marcha.
La madurez con la que logró acordar a organizaciones más que a individualidades, y la seriedad con la que ha cumplido sus compromisos y honrado su palabra (base de su actual credibilidad) , ha permitido por primera vez en estos 11 años dotar a la Venezuela democrática de una verdadera dirección política confiable y eficaz formada por partidos políticos nacionales como tiene que ser. Lo digo desde el sano orgullo de quien participa en la dirección nacional de uno de ellos: lo que ha permitido este logro es la reflexión colectiva propia de los partidos. Diez cabezas piensan más y mejor que una sola.
Evoca esta circunstancia la polémica que en los años 30 protagonizó Betancourt con quienes buscaban un militarote que condujera una invasión o una asonada exitosa contra el Benemérito: Betancourt sostuvo, lo que reconocen los historiadores fue su principal acierto, que frente a la tiranía del Jefe Único la alternativa debían ser esas complejas instituciones colectivas que la sociedad civil se ha dado para disputar y ejercer el poder civilizadamente, los partidos.
Por años se nos ha preguntado dónde está el líder que le oponemos al tiranuelo, siempre esperando a un nuevo Mesías. Ahora podemos decirlo: nuestro líder es este liderazgo colectivo encarnado en la Mesa. Al reconocer la labor de todos sus integrantes, destacando la de Ramón Guillermo Aveledo y Omar Barboza, hago mía una frase de su declaración reciente: Nadie tiene derecho a poner en riesgo lo que hemos logrado.