Ya en 1937, George Orwell expuso la ambigüedad de la actitud izquierdista predominante respecto a la diferencia
de clase:

"Todo el mundo condena las distinciones de clase,
pero muy poca gente quiere abolirías. Y así llegamos al
importante hecho de que toda opinión revolucionaria extrae
parte de su fuerza de la secreta convicción de la imposibilidad
de cambiar nada. [...] Mientras se trate sólo de mejorar la situación del obrero, toda persona decente estará de acuerdo. A todo el mundo, excepto a los tontos y a los sinvergüenzas, le gustaría que el minero, por ejemplo, viviese mejor. [...] Pero, desgraciamente, con el simple desear la desaparición de las distinciones sociales no se consigue nada. Mejor dicho, es preciso desear que desaparezcan, pero tal deseo carece de eficacia si no se comprende lo que representa. El hecho que debemos afrontar es que es la abolición de las distinciones sociales significa abolir una parte de uno mismo. Todas mis ideas son ideas de la clase media, y para superar mi pertenencia a una clase, debo eliminar no sólo mi esnobismo, sino también la mayoría de mis gustos y prejuicios. Debo cambiarme a mí mismo de manera tan radical que si lo hiciese, casi no se me reconocería como la misma persona...

Para Orwell está claro que en nuestro día a día ideológico,
nuestra actitud predominante muestra una distancia
irónica respecto a nuestras auténticas creencias:

"Las opiniones «izquierdistas» del intelectual medio
suelen ser falsas. Por puro espíritu de imitación se ríe de
cosas en las que en realidad cree. Como un ejemplo entre
muchos tomemos el código de honor de la escuela
pública, con su «camaradería», su «no atacar al que ha
caído» y todas esas consabidas tonterías. ¿Quién no se
ha reído de él alguna vez? ¿Quién de los que se consideran
«intelectuales» se atrevería a no reírse de él? Pero la
cosa cambia un poco cuando nos encontramos con alguien que se ríe de él desde fuera, de la misma manera que
pasamos la vida echando (pestes de Inglaterra pero
nos enfadamos cuando oímos a un extranjero decir exactamente las mismas cosas. [...] Sólo cuando se trata a al
guien de una cultura diferente a la de uno mismo, se empieza a ver cuáles son realmente las propias convicciones.

No hay nada «interior» en esta identidad ideológica
real que plantea Orwell. Las creencias más íntimas es
tán todas «ahí fuera», encarnadas en prácticas que llegan
hasta la materialidad inmediata de mi cuerpo. Mis
nociones —del bien y del mal, de lo placentero y lo desagradable, de lo divertido y de lo serio, de lo feo y lo
bello— son en esencia nociones de clase media. Mis
gustos literarios, gastronómicos, de vestimenta, mis modales
en la mesa, mis expresiones, mi acento, incluso los movimientos característicos de mi cuerpo son cuestiones
de hábito."

"Las costumbres son la materia de la que
están hechas nuestras identidades." Žizek ♡