"Ya avanzada su década de los veinte años, Charles Darwin, un hombre aparentemente tímido y nada romántico, decidió que era hora de considerar la posibilidad de casarse. Como relata el psicólogo clínico británico Frank Tallis, la idea no le entusiasmaba en absoluto. Acababa de regresar de cinco años de libertad total en el Beagle, en un viaje alrededor del mundo. En una hoja de papel trazó dos columnas: razones para casarse y razones para no hacerlo. No le costó en absoluto rellenar la segunda columna: tendría menos tiempo para dedicarse a sí mismo, para ir al club de caballeros que frecuentaba, para leer. Darwin añadió en la columna negativa que tendría que perder el tiempo aguantando a los familiares de su futura esposa y que dispondría de menos dinero para sus necesidades. Terminó la columna preguntándose: «¿Cómo podría ocuparme de mis asuntos si cada día me viese obligado a ir a pasear con mi mujer? ¡Oh! No aprendería francés, no viajaría al continente, no iría a América, ni de viaje en globo, ni a caminar en solitario por Gales... pobre esclavo...».
La columna de los beneficios que aportaba el matrimonio le pareció muy difícil de rellenar. Al final sugirió que tener esposa era mejor que «tener un perro». Lo completó con este apunte: «Encantos de la conversación frívola femenina y de la música—cosas buenas para la salud—, pero menuda pérdida de tiempo»." E.P.