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TUTANKABRÓN EN TUMBA DE ORO La fiesta de los solos
Alberto Rodriguez para red
mostrar detalles 12:24 (hace 8 horas)
Todos estaban ensimismados, fascinados consigo mismos, encantados de conocerse. Aquí está el futuro de la humanidad, dicen, desde un país donde una botellita de agua cuesta más que llenar el tanque de gasolina de un automóvil. Somos una inspiración para el planeta, aseguran, desde un país que tiene la inflación más alta de todas las Américas. Vamos a radicalizar la revolución, prometen, en un país donde, en las pasadas elecciones, quienes se oponen a la revolución obtuvieron la mayoría de los votos... Era como estar viendo una obra de teatro de Cabrujas. El espectáculo inmenso, la retórica grandilocuente, y el vacío, la implacable desnudez del vacío.
ALBERTO BARRERA TYSZKA
abarrera60@gmail.com
La fiesta de los solos
No escuchan.
Sólo se hablan a sí mismos. Por eso cada vez son más incomprensibles.
Por eso cada vez son menos. Por eso cada vez están más solos
L o que ocurrió el martes en la noche en la Asamblea Nacional fue un momento de Emulsión de Scott.
Todo lo que pasó, lo que se dijo y lo que no se dijo, durante ese acto oficial se me quedó dando vueltas en la lengua, con un sabor amargo, como ese famoso jarabe de aceite de bacalao con el que nos castigaron nuestras madres cuando éramos felices, chiquitos y flaquitos. Sólo hasta que lo probé entendí a cabalidad una expresión del idioma que había oído o leído en alguna parte: sabe a rayos. Sí, ciertamente. El jarabe de Emulsión de Scott sabía a rayos.
Al principio, lo confieso, incluso me divertí un poco. Porque ver al Presidente repitiendo su acto de caminata pública y saludo a seguidores populares casi podría ser un videojuego. Ya conocemos de memoria esas rutinas. Ahora va a caminar dos pasos mientras saluda con la mano abierta, sonriendo. Ahora se va a detener, va a mirar hacia arriba, seriamente, va a señalar un edificio mientras le dice algo a la persona que tiene al lado. Ahora va a acercarse a la gente y saludará a dos o tres. Tiene que haber un niño cerca: lo tomará en brazos. Ahora va a estirar la mano, haciendo una mueca, como si acabara de reconocer a alguien entre la muchedumbre, y luego apretará su puño, a manera de saludo muy especial. Mientras, la narración de la televisión estatal va repitiendo, en tono de bolero pedagógico, las virtudes de un mandatario que quiere tanto a su pueblo.
Lo mismo ocurre cuando el Presidente entra al recinto parlamentario. También es una rutina que conocemos. Ahora veremos cómo el poder se distribuye, cómo premia o castiga, a través de los gestos. Es un festival del ego; una ceremonia de gozosa humillación, donde algunos quedan con la mano en el aire y la sonrisa colgada, mientras otros son bendecidos con un apretón o con un breve toque de pupilas.
Pero la noche de este martes el programa tuvo algunas variantes, la mayoría llenas de pretensiones épicas. No dejó de ser algo divertido, sin embargo, escuchar a Eva Golinger denunciar el "lenguaje de guerra" de algunos políticos norteamericanos, como si nuestro Presidente se hubiera dedicado, en estos años, a cantarle "abuelito, dime tú" al viejo Tío Sam. Como si no hubiera llenado de insultos y amenazas violentas al "imperio" y a todo aquel que lo adverse. Es cierto que, en general, la política exterior de los gobiernos de Estados Unidos hacia Latinoamérica ha sido invasiva y nefasta; pero también es cierto que Chávez lleva años comportándose como un adicto a la provocación, como un militar belicista: "Váyanse al carajo, yanquis de mierda", gritó en un acto público, hace unos años.
Esta vez, el tono fue distinto. Seguía la novedosa y enjundiosa técnica bolivariana, conocida como la fórmula del retruque. Ergo: tú me picas por allá, yo te repico por aquí. Tú te vistes de azul, yo me visto de azul al cuadrado.
Tú te las das de mucho con un vaina en el Congreso, yo te saco la Asamblea Nacional, con todos los poderes y frente a Acta de la Independencia, además. Por eso hubo un manifiesto. Por eso tanta mención a ese lugar, a la pintura de Tovar y Tovar; por eso Cilia Flores repitió que el Presidente le iba a hablar al país y al mundo, al mundo entero.
¿En qué instante todo comenzó a desdibujarse, a dejar de parecerme entretenido y a resultarme patético? ¿Hubo realmente un instante o fue algo progresivo, como una suerte de humedad que va poco a poco ganando terreno? ¿Cuándo fue que la experiencia se convirtió en un momento de Emulsión de Scott? No lo sé. Pero a medida que veía y escuchaba al Presidente, todo empezó a resultarme tan fatuo, tan nada. Ni siquiera el cierre de Globovisión terminó siendo un peligro real. Todo era pompa, artificio. Hasta los aplausos sonaban huecos. De repente, se hizo obvia la fantasía, la ficción de una epopeya.
Todos estaban ensimismados, fascinados consigo mismos, encantados de conocerse. Aquí está el futuro de la humanidad, dicen, desde un país donde una botellita de agua cuesta más que llenar el tanque de gasolina de un automóvil. Somos una inspiración para el planeta, aseguran, desde un país que tiene la inflación más alta de todas las Américas. Vamos a radicalizar la revolución, prometen, en un país donde, en las pasadas elecciones, quienes se oponen a la revolución obtuvieron la mayoría de los votos... Era como estar viendo una obra de teatro de Cabrujas. El espectáculo inmenso, la retórica grandilocuente, y el vacío, la implacable desnudez del vacío.
No escuchan. Solo se hablan a sí mismos. Por eso cada vez son más incomprensibles. Por eso cada vez son menos. Por eso cada vez están más solos.
--
Alberto Rodríguez Barrera
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Todos estaban ensimismados, fascinados consigo mismos, encantados de conocerse. Aquí está el futuro de la humanidad, dicen, desde un país donde una botellita de agua cuesta más que llenar el tanque de gasolina de un automóvil. Somos una inspiración para el planeta, aseguran, desde un país que tiene la inflación más alta de todas las Américas. Vamos a radicalizar la revolución, prometen, en un país donde, en las pasadas elecciones, quienes se oponen a la revolución obtuvieron la mayoría de los votos... Era como estar viendo una obra de teatro de Cabrujas. El espectáculo inmenso, la retórica grandilocuente, y el vacío, la implacable desnudez del vacío.
ALBERTO BARRERA TYSZKA
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La fiesta de los solos
No escuchan.
Sólo se hablan a sí mismos. Por eso cada vez son más incomprensibles.
Por eso cada vez son menos. Por eso cada vez están más solos
L o que ocurrió el martes en la noche en la Asamblea Nacional fue un momento de Emulsión de Scott.
Todo lo que pasó, lo que se dijo y lo que no se dijo, durante ese acto oficial se me quedó dando vueltas en la lengua, con un sabor amargo, como ese famoso jarabe de aceite de bacalao con el que nos castigaron nuestras madres cuando éramos felices, chiquitos y flaquitos. Sólo hasta que lo probé entendí a cabalidad una expresión del idioma que había oído o leído en alguna parte: sabe a rayos. Sí, ciertamente. El jarabe de Emulsión de Scott sabía a rayos.
Al principio, lo confieso, incluso me divertí un poco. Porque ver al Presidente repitiendo su acto de caminata pública y saludo a seguidores populares casi podría ser un videojuego. Ya conocemos de memoria esas rutinas. Ahora va a caminar dos pasos mientras saluda con la mano abierta, sonriendo. Ahora se va a detener, va a mirar hacia arriba, seriamente, va a señalar un edificio mientras le dice algo a la persona que tiene al lado. Ahora va a acercarse a la gente y saludará a dos o tres. Tiene que haber un niño cerca: lo tomará en brazos. Ahora va a estirar la mano, haciendo una mueca, como si acabara de reconocer a alguien entre la muchedumbre, y luego apretará su puño, a manera de saludo muy especial. Mientras, la narración de la televisión estatal va repitiendo, en tono de bolero pedagógico, las virtudes de un mandatario que quiere tanto a su pueblo.
Lo mismo ocurre cuando el Presidente entra al recinto parlamentario. También es una rutina que conocemos. Ahora veremos cómo el poder se distribuye, cómo premia o castiga, a través de los gestos. Es un festival del ego; una ceremonia de gozosa humillación, donde algunos quedan con la mano en el aire y la sonrisa colgada, mientras otros son bendecidos con un apretón o con un breve toque de pupilas.
Pero la noche de este martes el programa tuvo algunas variantes, la mayoría llenas de pretensiones épicas. No dejó de ser algo divertido, sin embargo, escuchar a Eva Golinger denunciar el "lenguaje de guerra" de algunos políticos norteamericanos, como si nuestro Presidente se hubiera dedicado, en estos años, a cantarle "abuelito, dime tú" al viejo Tío Sam. Como si no hubiera llenado de insultos y amenazas violentas al "imperio" y a todo aquel que lo adverse. Es cierto que, en general, la política exterior de los gobiernos de Estados Unidos hacia Latinoamérica ha sido invasiva y nefasta; pero también es cierto que Chávez lleva años comportándose como un adicto a la provocación, como un militar belicista: "Váyanse al carajo, yanquis de mierda", gritó en un acto público, hace unos años.
Esta vez, el tono fue distinto. Seguía la novedosa y enjundiosa técnica bolivariana, conocida como la fórmula del retruque. Ergo: tú me picas por allá, yo te repico por aquí. Tú te vistes de azul, yo me visto de azul al cuadrado.
Tú te las das de mucho con un vaina en el Congreso, yo te saco la Asamblea Nacional, con todos los poderes y frente a Acta de la Independencia, además. Por eso hubo un manifiesto. Por eso tanta mención a ese lugar, a la pintura de Tovar y Tovar; por eso Cilia Flores repitió que el Presidente le iba a hablar al país y al mundo, al mundo entero.
¿En qué instante todo comenzó a desdibujarse, a dejar de parecerme entretenido y a resultarme patético? ¿Hubo realmente un instante o fue algo progresivo, como una suerte de humedad que va poco a poco ganando terreno? ¿Cuándo fue que la experiencia se convirtió en un momento de Emulsión de Scott? No lo sé. Pero a medida que veía y escuchaba al Presidente, todo empezó a resultarme tan fatuo, tan nada. Ni siquiera el cierre de Globovisión terminó siendo un peligro real. Todo era pompa, artificio. Hasta los aplausos sonaban huecos. De repente, se hizo obvia la fantasía, la ficción de una epopeya.
Todos estaban ensimismados, fascinados consigo mismos, encantados de conocerse. Aquí está el futuro de la humanidad, dicen, desde un país donde una botellita de agua cuesta más que llenar el tanque de gasolina de un automóvil. Somos una inspiración para el planeta, aseguran, desde un país que tiene la inflación más alta de todas las Américas. Vamos a radicalizar la revolución, prometen, en un país donde, en las pasadas elecciones, quienes se oponen a la revolución obtuvieron la mayoría de los votos... Era como estar viendo una obra de teatro de Cabrujas. El espectáculo inmenso, la retórica grandilocuente, y el vacío, la implacable desnudez del vacío.
No escuchan. Solo se hablan a sí mismos. Por eso cada vez son más incomprensibles. Por eso cada vez son menos. Por eso cada vez están más solos.
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Alberto Rodríguez Barrera
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