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by _antonioalbert
on 28/4/17

Bastenier

Perder a Miguel Ángel Bastenier es como perder la única figura paterna que un veinteañero asilvestrado como yo contaba en aquella redacción de El País en Miguel Yuste. Hubo un tiempo en que, incluso, escribía solo para llamar su atención: ya fuera para encontrar su aprobación, en cuyo caso me premiaba con curiosas anécdotas cinéfilas, o su reprobación, castigándome entonces con diatribas sobre cuestiones de estilo o de ética periodística. Cuando estaba de buen humor me hablaba en francés, cuando se cabreaba se dirigía a mí en un tono grave, sin mirarme a los ojos, dolido –o decepcionado– al ver que no había seguido sus consejos. En aquellos tiempos yo me pasaba el Libro de Estilo del periódico por el forro –es lo que se hace cuando uno es joven y rebelde– y ese atrevimiento parecía divertirle: “comedieta casposa”, “cuellicortos con picores”, “siniestra fauna catódica”, “un cretino espasmódico cargado de tics”, “mamporreros descerebrados”, “sobredosis de testosterona”… Y otras ocurrencias más –que ahora no causan sorpresa pero provocaban sarpullidos a los puristas de la época– acaban por llevarme a su despacho. Aunque casi me arrea una colleja cuando describí como “una comedia para tirarse por la borda” aquel enredo protagonizado por Mary Santpere (mejor no explicar las razones porque, la verdad sea dicha, fue una crueldad por mi parte).
Algunos domingos íbamos a comer paella. Nos llevaba a uno de esos restaurantes de carretera, camino del aeropuerto, que parecía sacado del decorado reciclado de un western. Parece una tontería, pero para un alicantino ese ritual dominguero tenía un valor incalculable (asociado al recuerdo de mi padre, preparando el fuego a la sombra de un olivo)…. Bastenier, tan desaliñado en el vestir como meticuloso en el trabajo, regaba aquellas comidas con una sabiduría enciclopédica cargada de humor. Yo regresaba achispado y solía dejarme llevar por los efluvios creativos:
“En el naufragio del humor español en televisión, los maricas y las mujeres son los primeros en ser arrojados por la borda. Arévalo, heredero de la más casposa tradición hispánica del landismo, asume las peores reglas del género en una serie de sketches hilvanados a golpe de risas enlatadas a costa de homosexuales afeminados con más pluma que un avestruz y mujeres escotadas con las bragas al biés. En esta primera entrega los cojos y los gangosos se salvan por los pelos: enhorabuena, compañeros. Una cuadra de actores descriogenizados tras una fructífera etapa en el baúl de los recuerdos acompañan al gracioso de Arévalo en su larga media hora de chistes rancios macerados en homofobia recalcitrante y misoginia rústica, fruto de una filosofía hispánica que ha dado a la caverna ideas como 'el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso' (1997)".
Y estaba feliz. Sabía que el lunes a primera hora tendría que ir al despacho de Bastenier. Me esperaba una buena. Y con razón.
Hasta siempre, maestro.