¿De dónde sacaron este pobre viejito?, fue la pregunta que recorrió el país, cuando vio a Fernando Soto, investido presidente de la Asamblea Nacional que legislará en el período 2011-16, revolviendo cuartillas como un náufrago en una playa de papel.
En el estrado, iluminado por centenares de bombillos, se agitaba un hombre nervioso, negado para la oratoria, hablando con la dicción paródica de un campesino de programa humorístico, enredado con aquellas páginas que parecían haber cobrado vida.
Su contemplación era adictiva: causaba asombro y curiosidad, movía a la piedad al tiempo que daba risa.
Trasladado del cerro El Bachiller a un escenario de televisión, el veterano combatiente era una figura bufa, acoquinado ante un país determinado tenazmente a no dejarse retroceder ni al pasado de Gómez ni al de los años 60, ni a ninguna etapa superada. Contra todos los intentos en dirección contraria, es tradición venezolana aferrarse a la modernidad, procurar la superación y estar a tono con los tiempos. A ese país, recortado por la industria petrolera, superpoblado de teléfonos celulares, le ponen esta especie de fósil balbuceante.
Para colmo, el malvado que le escribió el discurso, una versión no precisamente actualizada de la Primera Declaración de La Habana (4 de febrero de 1962), pasó por alto la incultura de Soto, su falta de familiaridad con la lectura y, sin ninguna consideración, lo puso a decir ¡dos veces! el nombre del autor húngaro István Mészáros. Una auténtica maldad que arrastró al ignaro a un trabalenguas ahí, delante de todo el mundo.
Soto Rojas (Altagracia de Orituco, 1933) es desconocido, pero no porque hubiera estado guardado en su casa o en el gabinete del burócrata. La vez anterior que habíamos sabido de él fue cuando develó el busto de Tirofijo, erigido en el 23 de enero, en septiembre de 2008. Antes de eso, había aparecido en este diario, como parte de una serie de entrevistas a antiguos guerrilleros. Fernando Soto Rojas fue uno de los responsables de la Juventud de Acción Democrática en Catia, en los años 50.
En abril de 1960, se separó de AD y se fue con el MIR, partido al que acompañó a la lucha guerrillera cuando esa organización la adoptó en 1964.
Dista mucho de tener la facundia de los grandes líderes políticos, forjados en la tribuna donde se galvaniza las masas. Es un hombre de aparato, un ejecutor eficaz. Riguroso.
Maníaco de la observación de las medidas conspirativas. Jamás se le encargaron declaraciones o arengas. Nunca se le convocó a la hora de redactar manifiestos o documentos, porque no aportaba a la creación del partido. Es un hombre frío y corajudo. La clandestinidad y la violencia son su elemento ideal. Es hombre de una idea fija, no se da a la reflexión ni al examen de los hechos. Es un buen cuadro medio. En suma, un buen guerrillero... y nunca dejó de serlo.
La razón por la que Chávez elige a este rústico y anacrónico personaje para presidir la Asamblea puede encontrarse entre las tres siguientes. 1) Soto Rojas es la ficha de Fidel Casto, quien recibió las adulaciones de rigor en el mencionado discurso.
2) Chávez se sacó de la manga un souvenir agreste para no favorecer ninguna de las tendencias que al interior del PSUV se lanzan dentelladas. Carlos Escarrá y Héctor Navarro se consideraban candidatos legítimos porque, entre tanta mediocridad, tienen formación y saben hablar. Indicio claro de esto fueron los esfuerzos desplegados por ambos para demostrar su lealtad al mandón. Por eso llegaron a actitudes de degradación como la de Escarrá al decir que quien no apoyara la ley habilitante era un traidor a la patria. En fin, se desmelenaron jalando pero de nada les sirvió, el jefe sabe que tanto Escarrá como Navarro son capaces de trazar un buen día el gesto que los lleve a playas enemigas.
Y 3) puesto que Chávez es dado a rebajar aquello que envidia, es posible que haya utilizado a Sotos Rojas, quien habla como si estuviera mascando maíz para hacer chicha y trastumba hasta la Constitución, para envilecer el espacio parlamentario, para humillar a los diputados que tienen educación y desenvoltura para moverse en cualquier ámbito.
No hay que descartar que Soto Rojas haya sido usado como piedra, tosca y monolítica, para arrojar a la vidriera de las instituciones.