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by YarianyCastillo
on 20/5/16
El gran argumento de los defensores de la abolición
de la pena de muerte es la arrogancia de quien pretende
castigar a otros seres humanos o incluso asesinarlos.
¿Quién nos da derecho a hacerlo? ¿Estamos realmente
en posición de juzgar? Para responder a estas cuestiones
basta con dar la vuelta al argumento: lo realmente
arrogante y pecaminoso es asumir la prerrogativa de la
piedad. ¿Quién de entre nosotros, comunes mortales,
especialmente si no somos la víctima directa del criminal,
tiene derecho a borrar el crimen de otro, a tratarlo
con indulgencia? Sólo Dios mismo (o, en términos estatales,
quien se halla en la cúspide del poder, el rey o el
presidente), merced a su posición excepcional, tiene la
prerrogativa de borrar la culpa de los demás. Nuestro
deber es actuar de acuerdo con la lógica de la justicia y
castigar el crimen: no hacerlo acarrea la blasfemia de
ponernos nosotros mismos al nivel de Dios, actuando
con su autoridad.
Žižek