El falso apoyo a la democracia de quienes quieren hundirla
por Claudio Paolillo *
Primer acto: el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, luego de haber sido electo por un partido de centro-derecha, resuelve aliarse al eje “bolivariano” inventado por Hugo Chávez, luego de recibir el correspondiente manguerazo de petrodólares del comandante militar venezolano. El “programa” de ese grupo de países (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina) incluye la perpetuación de los mandamases en el poder, en base a un aparato “legal” de constituciones y normas hechas a medida, aprovechando mayorías circunstanciales. Entonces, don Manuel, que venía de la centro-derecha, se transforma de pronto en un “bolivariano” de pura cepa y decide hacerse reelegir. Había un problema: en Honduras, la reelección presidencial está prohibida por la Constitución. Así que don Manuel se empeña con todas sus fuerzas en modificar la Constitución mediante un referéndum, poco antes de las elecciones. Pero tanto el Congreso hondureño como la Suprema Corte de Justicia del país (los otros dos poderes del Estado, tan legítimos como el Ejecutivo), manifiestan su desacuerdo con la intentona zelayista y desaprueban el referéndum. Chávez y demás jefes “bolivarianos” instruyen a don Manuel cómo hacer lo que ellos saben bien: pasarles por arriba a los otros dos poderes del Estado y hacer el referéndum de cualquier manera, pese a quien le pese. Entonces, don Manuel trata de hacer su referéndum ilegal e inconstitucional, desoyendo al Poder Legislativo y al Poder Judicial y, de hecho, dando un golpe de Estado que nadie denuncia ni nadie ve fuera de Honduras. Para evitar el golpe de Estado, la fuerza armada de Honduras, siguiendo instrucciones de la Justicia y del Congreso, depone a don Manuel y lo expatria a Costa Rica. Sólo en ese momento empiezan a resonar las voces tronituantes y dramáticas: “¡Golpe de Estado en Honduras!”, aúlla primero que nadie el comandante Chávez. Todo el mundo asume que ese es el problema y Chávez, con Fidel Castro apuntándole al oído, logra un triunfo resonante. Le hace creer al orbe que el pobre don Manuel era un presidente respetuoso de la Constitución y de las leyes hondureñas y que ha sido sacado del poder por la perfidia de los militares “al servicio del imperio”, por supuesto. Como Honduras es un país pequeño que no importa demasiado en la geopolítica mundial, todos se suman como idiotas al coro iniciado por Chávez. Nadie repara en que don Manuel estaba pasándole por encima a los otros dos poderes del Estado. Así que el comandante venezolano lleva de las narices a todos los gobernantes, incluyendo a los de Estados Unidos, a quienes mientras tanto rocía con todo tipo de insultos.
Segundo acto: un grupo de policías se subleva en Ecuador. Piden mejores condiciones de trabajo y mayores salarios. Es una sublevación policial, ilegal por cierto, pero no un golpe de Estado. Las Fuerzas Armadas ecuatorianas manifiestan su respaldo al presidente Rafael Correa. Pero Correa, al mejor estilo de cualquier “bolivariano” que se precie de tal, decide ir a la boca del lobo. Va a donde están los policías soliviantados, se sube a un balcón, los provoca desde allí, protagoniza escenas de telenovela, se interna en un hospital y denuncia: “¡Me están dando un golpe de Estado!”. Unos días antes, Correa se había puesto de punta contra el Congreso porque no conseguía hacer aprobar una serie de normas que él quería. La negativa del Congreso a cumplir con el úcase del “amo del Ecuador” lleva a Correa incluso a amenazar con disolver el Poder Legislativo. Una amenaza de golpe de Estado. Pero no: el único golpe de Estado que valía era el que, según el presidente, unos policías estaban intentando cometer contra él. En el pensamiento “bolivariano”, los únicos golpes de Estado que valen son aquellos que se perpetran contra el Poder Ejecutivo. Si, en cambio, el Poder Ejecutivo de un país suprime el Congreso o lo deja inhábil para actuar, o ata de manos al Poder Judicial para poder actuar con total impunidad, ahí no hay golpes de Estado. Ahí hay, al decir del triste secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), el chileno José Insulza, “procesos de cambio”.
La Cumbre Iberoamericana clausurada el sábado 4 de diciembre en Mar del Plata (Argentina) aprobó una “cláusula democrática” a partir de esos dos episodios: el “golpe de Estado” contra Zelaya en Honduras y el “intento de golpe de Estado” contra Correa en Ecuador. Desde ahora, según acordaron todos los gobiernos de España, Portugal y América Latina, cualquier país que sufra una interrupción en su proceso “democrático” podrá ser excluido de estas cumbres.
Honduras no participó en la Cumbre porque pocos aceptan la legitimidad del sucesor de Zelaya, Porfirio Lobo, aunque haya sido electo en comicios libres. Pero sí participó, por ejemplo, Cuba, cuyos representantes firmaron la “cláusula democrática” muy sueltos de cuerpo. También suscribieron el documento gobiernos de dudosas credenciales democráticas, como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Ni qué hablar que el gobierno autoritario de Argentina, que dirige ahora en solitario la presidenta Cristina Fernández, reciente viuda de Néstor Kirchner, quedó exultante con la famosa “cláusula democrática”.
“La incorporación de la ‘cláusula democrática’ va al núcleo duro de la posibilidad de la educación que tiene un pueblo, porque la democracia es el único ámbito que genera la libertad para cualquier proceso educativo”, dijo Fernández en el pleno de la cumbre, cuyo lema fue “Educación para la inclusión social”. Tiene razón la presidenta: “la democracia es el único ámbito que genera la libertad para cualquier proceso educativo”. Pero en el pleno que aplaudía sin cesar este tipo de declamaciones estaba la representación de Cuba.
Una vez más, el régimen dictatorial de La Habana pudo entreverarse con otros gobernantes que no son dictaduras para mentir a cara de perro (en Cuba no es verdad desde hace medio siglo que “la democracia” sea “el único ámbito que genera la libertad para cualquier proceso educativo”). Es más: si estas cumbres y sus integrantes fueran realmente consecuentes con los documentos que suscriben, después de la sanción de la “cláusula democrática”, en Mar del Plata, debieron haber expulsado a Cuba de sus deliberaciones. Porque en Cuba hay una interrupción permanente del proceso democrático. ¡Hace 51 años que en Cuba no existe la democracia! Y sin embargo, un rey, presidentes democráticos de derecha o de izquierda y líderes autoritarios como Chávez, Correa, Fernández, Ortega y Morales, volvieron todos ellos a mirar, otra vez, para el costado. Volvieron a ser hipócritas, en el mejor de los casos.
¿Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Argentina y Bolivia dando clases de “democracia” y levantando o bajando el pulgar para juzgar a otros según sus cualidades democráticas?
Parece un chiste de mal gusto. Es como si todos los demás estuvieran asistiendo a un velorio y estos seis se metieran entre los deudos para cantar y bailar. Da para reírse a carcajadas, si no fuera que, en realidad y tomándoselo en serio, sólo arranca lágrimas de bronca, cuando no de resignación, ante tanto cinismo y tanta doblez.
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* Claudio Paolillo es director del semanario Búsqueda (Uruguay) y Presidente de la Comisión de Libertad de Expresión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).