Dedos y tómbolas
JAQUE MATE / Sergio Sarmiento
(25-02-2015).- "La representación de la nación no es un premio. Es una enorme responsabilidad y no se debe decidir en un sorteo".
Gerardo Fernández Noroña
Me acuerdo todavía de aquellos viejos tiempos en que los partidos y grupos de oposición, tanto de derecha como de izquierda, luchaban por crear un verdadero sistema democrático en nuestro país. El esfuerzo fue largo y tuvo éxito, por lo menos en un principio. Hoy, sin embargo, vamos de regreso.
La reforma electoral de 1977 legalizó el Partido Comunista y otras agrupaciones, a las que se impedía participar en elecciones. Con las reformas de 1990, 1993 y 1994 se creó un Instituto
Federal Electoral independiente. En 1996 se legislaron reglas de equidad para la financiación y el acceso a los medios de comunicación. Quedaron atrás los tiempos en que se negaba a los partidos de oposición cobertura informativa o incluso la compra de tiempo en radio y televisión.
Esas reformas le permitieron a México pasar por primera vez la prueba de fuego de la democracia: el triunfo de candidatos de oposición. En 1997 el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, la cual nunca ha recuperado. En el 2000 perdió la Presidencia de la República, que se tardó 12 años en recobrar.
Hoy, sin embargo, la democracia ha pasado de moda en nuestro país. Grupos que se dicen de izquierda defienden los usos y costumbres, que no es otra cosa que prohibir el voto a los indígenas para garantizar que los caciques mantengan el control de sus comunidades. Se han aprobado cuotas de género para que los ciudadanos no puedan votar por los candidatos que deseen. El debate de fondo ha sido reemplazado por spots de 30 segundos en radio y televisión.
Los procesos democráticos internos de los partidos, que son el cimiento de la democracia en otros lugares del mundo, han sido reemplazados en los partidos mexicanos por sistemas que dejan las decisiones en manos de los líderes. Todas las organizaciones han abandonado las elecciones primarias como proceso para elegir candidatos.
El PRI ha regresado abiertamente al dedazo. Una vez más es el primer priista de la nación, el presidente de la República, quien decide los candidatos a los principales cargos de elección del partido, los cuales son después presentados a los electores como "candidatos de unidad".
El PAN, que antes se preciaba de sus raíces democráticas, ha adoptado también el dedazo. Las decisiones son hoy cupulares y se toman para golpear a grupos rivales a los líderes, aunque se haga daño al partido. El presidente panista, Gustavo Madero, por ejemplo, no permitió que Margarita Zavala, uno de los mayores activos políticos del partido, fuera candidata a diputada federal. La decisión fue una aparente represalia en contra del grupo de Felipe Calderón y Ernesto Cordero.
En el PRD se recurre también a las decisiones cupulares que buscan repartir cuotas de candidatos entre las tribus. En el proceso se han quedado fuera de las listas aspirantes con popularidad, arraigo y trayectoria como Marcelo Ebrard y María Rojo.
Los partidos pequeños no se interesan tampoco en tener procesos democráticos internos para escoger candidatos entre sus militantes. Prefieren reclutar a futbolistas y artistas o a personajes de dudosa reputación que pueden pagar las campañas con sus recursos.
El caso más triste de todos, me parece, es el de Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador. Un grupo de candidaturas en este partido se reserva para personajes externos, mientras que las que corresponden a los militantes se definen por medio de un sorteo.
Es triste, pero ya nadie se interesa en la democracia. Las cuotas, el dedazo y la negociación en lo oscurito han regresado por sus fueros. Y si no, la tómbola toma el lugar que debería corresponder al voto democrático.