Creo que hemos llegado al punto de tener que hacernos responsables de los que nos pasa, de una buena vez por todas.
El hediondo olor a putrefacción que emana de la campaña política, nos identifica como zoociedad, genuflexa, acomodaticia y sobre todo, incapaz de realizar el menor movimiento de autodefensa a favor de sí misma.
Pero eso, lo hemos permitido nosotros, sin ninguna duda.
Hemos permitido que le prohibieran al pueblo que los llevó al poder, ver cara a cara a su mártir muerto, realizando un velorio a cajón cerrado, ocultando lo que a viva voz se comenta detrás de las cortinas de palacio.
Hemos permitido la prostitución de la ley y la ignorancia de la Constitución. Hemos mancillado nuestro honor más íntimo al permitir la denigración más bárbara que el ser humano puede soportar estoicamente: la compra de ideas, devenida en planes sociales o en las míticas chapas y frazadas en un país devastado por el accionar impoluto de los políticos que supimos conseguir. Nuestras voluntades se cotizan al mejor postor y nuestro honor… bah, si quedaba algo de ello, ha sido destrozado por un simple choripán y un vaso de vino en un acto partidario.
Hemos permitido que nuestros hijos concurrieran a las escuelas para alimentarse, no para ser instruidos y hemos permitido el bastardeo más despreciable soportando aparentes luchas sindicales con sus maestros.
En aparente defensa de la memoria, han construido relatos insostenibles per se, llenos de falsedades y mentiras en donde el accionar de los imberbes estúpidos quedó grabado a fuego como una patriada libertadora que no llegó nunca a su fin omitiendo ex profeso, la orden de exterminación librada por un presidente sucesor y un ex gobernador, aparentemente democráticos ellos.
Tan democráticos como la democracia que dicen defender.
Hemos permitido el remate de la república a manos de potencias económicas extranjeras sin que se nos moviera un solo pelo y también hemos permitido, en pos de la ¨soberanía nacional¨, pagar cifras siderales con el noble objetivo de recuperarlas, para que siguieran siendo manejadas por hordas de vagos y ñoquis inútiles.
Hemos permitido que nos expulsaran del mundo para ser bien recibidos en feudos antidemocráticamente libres en donde nadie es libre de hacer, pensar o declamar lo que piensa, sin que el burdo aparataje de inteligencia estatal se abalanzara a su yugular con las fauces bien abiertas y sedientas de sangre opositora.
Hemos permitido que la autoflagelación o la autosatisfacción sean moneda corriente en todos y cada uno de los mensajes políticos del partido gobernante, siendo testigos mudos del recuerdo eterno del sacrifico realizado por uno de ellos, al punto tal de llegar a tomarlo como punto de partida de una nueva república o acaso aún más: llevarlo a canonizar al Vaticano.
Hemos permitido que nos gobiernen rateros de poca monta y asesinos confesos, jamás juzgados, cuyas muertes se reivindican como logros del funesto pasado que se repite, inexorablemente, en una espiral sin fin; eterna y les hemos dado entidad, que es lo peor.
Hemos permitido que pseudointelectuales nos dijeran qué pensar o cómo pensar ante la realidad incontrastable que no soporta la más mínima discusión, siempre y cuando se considerase ser pensante a cualquiera de estos representantes del pensamiento nacional, que solamente tiene tiempo para autonegarse constantemente o para hacer supuestos chistes del humor más negro jamás conocido.
Hemos permitido la negación total y absoluta de la realidad económica, social, educativa y sanitaria de un país en el que un gobierno a favor de las carencias de los descastados no ha hecho más que hundirlos en lo profundo de la denigración humana, desde sus comienzos como partido político, allá por los años ´50.
Y lo peor de todo es que hemos permitido que en 50 años se haya destruido lo poco realizado, siendo conscientes que la recuperación de la nación nos costará décadas de más esfuerzo que el piden todos los años los gobernantes.
Pero vamos a ponerle onda.
Algún día, (quizás para tus hijos o tus nietos), si hacemos lo que tenemos que hacer: CRECER Y TRANSFORMARNOS EN ADULTOS, impidiendo el regreso de demagogias populares caducas, este intento de país sea digno de ser vivido y disfrutado a pleno.