Ariel, acostumbrada a estar y salir sola toda su vida, le costaba mucho eso de notificar a dónde iba, con quién o cuando volvía. Cosa que había tenido que aprender de forma ruda con sus nuevos padres. Toda la nueva familia representaba para ella un cambio, grato, pero cambio a final de cuentas.
Ahora, estando sin ninguno de los dos, en quizás una de las ciudades más peligrosas en las que había vivido, representaba un peligro para la aventurera menor.
Como esa mañana, que después de escribir una nota a Charlie, diciéndole que iba a comprar el resto de los regalos y que no quería ser acompañada porque también iba a comprar el de ella, Theo y Alan. Cosa que del todo no era mentira.
Decidió caminar para así memorizar mejor la vía y sin saberlo, su camino fue desembocando en un suburbio de New York, lleno de gente con aspecto deplorable, personas que le recordaban a su antigua vida y por alguna razón, le inspiraban confianza. Entre ellos, una cara familiar resaltó. Un hombre caucásico que parecía besar la locura desenfrenada. Sintió temor, quería correr antes de que ese hombre la viera, antes de que reconociera a la pequeña Winter que una vez crió pero no pudo. Las piernas no le daban, solo se pudo quedar ahí observándolo.
Una serie de imágenes catastróficas pasaron por su mente cual película, y sangre, mucha sangre, su hermosa sangre que la hacía tan parecida a una princesa ¿Qué si lo había superado? No. Nunca lo superaría porque jamás contaría la historia completa, la historia real. Los fragmentos la volvían una completa mentira y la hermosa sangre no la abandonaba, la veía en todos lados al cerrar los ojos.
Sintió asco, ira, sed de venganza y antes de pensarlo si quiera, se dirigía hacia aquel hombre que al verla solo pudo sonreír con el mayor sadismo que su perturbada mente le permitió. Retrocedió un paso y él se arrastró hasta ponerse de piel. Escuchó su gruesa voz, ahora ronca, llamarle como solía hacerlo cuando deseaba ordenarle algo. Intentó tocarle el rostro, pero la niña alcanzó a apartarse.
—No me toque, basura. — le había pedido con intenciones de que fuera una orden con tono superior, pero terminó siendo un ruego, lo que sacó una carcajada de dicho hombre. Ella tragó grueso y enseguida se hizo inferior.
—Estás muy bonita, Winter. ¿Es que a caso ya no me quieres? ¿no era yo tu papi? —soltó la última palabra con morbo y toda la mala intención de asquear a la menor.
Se llevó una mano a los labios, conteniendo la arcada, quería permanecer fuerte y golpearlo hasta más no poder, hasta que él entendiera todo lo que la hizo pasar al crecer. —Tú nunca fuiste más que el esposo de Aurora, Theodore. No seas ridículo.
Antes de verlo venir, la mano del mayor se había estampado en su rostro, mugrienta y dejando la pálida mejilla de la chica roja. —¡tienes que aprender a respetar, Ariel! —luego estiró una mano hacia el cabello de la niña, acariciando este.
Las lágrimas cayeron enseguida, todo su cuerpo comenzó a temblar y se llevó la mano a el golpe, el cual le ardía. Al bajarla tenía sangre en la mano, demasiada sangre para tan pequeño golpe. Bajó temerosa la vista y se vio a sí misma empapada en sangre, en el cabello, la ropa, los brazos. Moretones por doquier y a aquel hombre que reía sin parar.
—Nunca te vas a librar de mi, Winter, nunc…
Entonces despertó, sudando y agitada. La habitación daba vueltas alrededor de ella por un momento tuvo miedo; había olvidado que estaba en New York. Su mirada pasó desesperada por los dos bultos en la cama. Uno era Charlie y el otro Will. Sintió cómo su corazón acelerado comenzaba a bajar el ritmo y sus lágrimas ahora perlaban sus mejillas. Se sacudió cada brazo con asco, aún sintiendo el tacto pero la mejilla ya no le ardía. Comprobó con vista borrosa la hora, eran las 3:00 am tardó un momento en calmarse más y finalmente volvió a abrazar a Will, enterrando el rostro en su pecho y esperando no despertarlo.