El virus populista pasará. Eso enseña la experiencia: no es la primera vez, ni parece la más grave, en que se conjugan todos los elementos disruptivos que caracterizan a nuestro tiempo
Los profetas del fin de Occidente se equivocan tanto como se equivocó el profeta del fin de la historia. El virus populista pasará. Eso enseña la experiencia: no es la primera vez, ni parece la más grave, en que se conjugan todos los elementos disruptivos (racismo, irracionalidad, xenofobia, autoritarismo, intolerancia, fascismo) que caracterizan a nuestro tiempo. Aparecieron con otros nombres y similares motivos en los años treinta, y fueron vencidos. Hoy contamos con un entramado de instituciones, leyes y libertades que tiene la suficiente fuerza para enfrentar y superar el trance.
A diferencia de Gran Bretaña donde el virus no tiene un carácter particularmente autoritario, en Estados Unidos adopta la inesperada forma del cesarismo. La primera pagará carísimo su voto por el Brexit, pero con toda seguridad mantendrá sus instituciones y libertades, tan antiguas como su historia. En cuanto a Trump, ha abierto tantos frentes (incluido el de su delirium tuitens, que le impide dormir) que su permanencia en el poder parece improbable más allá de los cuatro años. Quizá antes, en las elecciones legislativas de 2018, la balanza comenzará a inclinarse por la sensatez.
Hay otras luces en la oscuridad. Alemania (que fue el azote de la humanidad durante tres décadas del siglo XX) es hoy la vanguardia indiscutida del orden liberal. Holanda (cuna del liberalismo moderno, aún antes que Inglaterra) se negó a elegir al líder de la ultraderecha. Y España (que no hace mucho parecía “genéticamente” impedida para la democracia liberal) ha puesto oídos sordos al canto populista de Podemos, grupo endogámico, telegénico y narcisista que ignora los sacrificios de la Guerra Civil, los horrores de la dictadura y la difícil construcción de la democracia. ¿Caerán Francia e Italia como fichas en el dominó populista? Sería una tragedia, y quizá arrastraría con ella a la Unión Europea, pero aún en ese caso, tras un sufrimiento considerable, los electores ejercerán el poder específico de la democracia: echar por las urnas a un gobierno irresponsable o inepto.
Otra zona de esperanza o resistencia (¿quién lo diría?) es América Latina. Aquí estamos de vuelta de los populismos. Lo prueba la batalla heroica y solitaria de los venezolanos (80% de ellos, nada menos) por recuperar su país y sus libertades. ¿Cuánto sufrimiento tiene que vivir un país para entender que no puede confiar su destino al poder personal sino a las instituciones? A veces una década (como parece suceder en Ecuador o Bolivia), a veces setenta años, como atestigua hoy la lenta (pero acaso definitiva) superación del populismo peronista en Argentina. Y apostaría que Cuba, cuando llegue su momento republicano, no volverá a consentir a un dictador. Países que (por su antigua raigambre cívica) han esquivado el veneno populista, hoy tienen democracias consolidadas: Chile, Uruguay, Costa Rica, Colombia. A pesar de sus problemas económicos, Brasil ha demostrado una vitalidad cívica notable al luchar contra la corrupción.
¿Caerá México en un régimen populista? Confío en que no. Si algo se desprende de nuestra crisis actual (marcada sobre todo por la impunidad, inseguridad y corrupción) es la necesidad de consolidar un Estado de derecho que por su propia naturaleza no se construye ni consolida con actos mágicos y reyes taumaturgos sino con instituciones. Espero que quienquiera que llegue en 2018 encabece un gobierno ético, respetuoso de las instituciones y libertades, que se empeñe en paliar (de manera productiva y no retórica) nuestros atávicos males. Y ese gobierno no tiene por qué ser populista.
No vivimos el fin de la historia ni el fin de Occidente. Cada siglo han surgido profetas que los han anticipado y el Apocalipsis no llega. La libertad es una condición natural de las personas. Enfrentada al autoritarismo, la libertad (de prensa, de pensamiento) se supera y afina. Las instituciones legislativas, jurídicas, electorales, fiscales, federales, son más sólidas que los líderes carismáticos. La irrupción de las mujeres en el escenario global en todos los ámbitos es irreversible. Las redes sociales (con todos sus defectos) son espacios de sana anarquía que no se avienen al poder autoritario. La verdad objetiva (hoy puesta en entredicho por el grotesco Big Brother que rumia en la Casa Blanca) retomará el lugar que ha tenido desde que el hombre comenzó a razonar por sí mismo. Los populismos de izquierda o derecha revelarán que su única verdad es la mentira.