A estas alturas no estaría de más que se evaluara la posibilidad de sorprender, salir jugando por donde nadie lo espera y defender la Constitución. Defenderla porque es buena, porque es el resultado de un proceso de acuerdos de más de 25 años de gobiernos democráticos, porque con ella Chile ha prosperado como nunca y porque en lo fundamental recoge una noción del ser humano y del Estado compatible con la libertad individual. Que es en lo que algunos –como yo al menos- creemos.
Publicado el 15.05.2016
Gonzalo Cordero
Chilevamos acaba de hacer pública una propuesta constitucional, con el conjunto de cambios que le haría a la Carta vigente. De esta manera se puede sumar al debate con propuestas concretas y así confrontar el reformismo de la izquierda con el reformismo de la derecha.
La sentencia de muerte de la Constitución, entonces, ha sido firmada por la unanimidad de los jueces; subsiste la discusión acerca cuál será el texto de reemplazo, la profundidad de los cambios que se harán. Hace un tiempo definí la Constitución como “muerto jurídico caminando”, a estas alturas tendría que sacar la palabra caminando.
Esto parte con la izquierda denunciando la ilegitimidad del texto actual y llamando a tener una que nos represente a todos, argumento que ha sido acogido por personas de buena fe, que validan la incoherencia lógica detrás del argumento. Suponga estimado lector que la Nueva Mayoría lleva adelante su proceso y llega a un articulado que le satisface plenamente ¿podríamos cambiarla en el futuro con el argumento de que no nos representa a todos?
Obvio que no, el motivo sería que se trata de una Constitución nacida en democracia, aunque si ahora se dice que la actual lleva la firma del ex Presidente Lagos, la respuesta es que no despierta la adhesión de todos. El argumento cambia con la misma velocidad que los electrones saltan de una órbita a otra.
También se ha esgrimido que el contenido vigente es “neoliberal”, que consagra el modelo de sociedad de un sector del país y necesitamos una neutra. Pero eso tampoco es verdad, toda Constitución lleva esencialmente incorporada una noción del ser humano y, por ende, una cierta visión del derecho.
No existe la Constitución neutra, todo este proceso es única y exclusivamente para cambiar específicamente el contenido de ambas definiciones y, por ende, todas las instituciones que de ellas derivan.
En este sentido, las propuestas que puede hacer la oposición son “música”. Un ejercicio político encomiable en su intención, pero un tanto ingenuo, porque se coloca en el eje semántico y conceptual de “la nueva Constitución”. En ese eje todo lo que no sea eliminar el principio de subsidiariedad, consagrar los derechos sociales, otorgarle al Estado un rol preferente en la satisfacción de las necesidades y los bienes públicos, será percibido como una propuesta mezquina. Menos de los mismo, tacañería constitucional.
La lógica de lo que está haciendo la oposición es bastante clara: si se le pregunta a la gente por la posibilidad de tener una nueva Constitución, la mayoría responde que está de acuerdo. Por lo tanto, se piensa, hay que tener una propuesta, para no ser encasillados como los que quieren seguir igual.
Es muy complicado pensar en los periodistas preguntando: ¿o sea que usted no le cambiaría nada a la Constitución, dejaría todo como está? Así no llegamos a ninguna parte, perdemos las elecciones, se piensa en la oposición. Algunos, incluso, con cierto entusiasmo se suben al carro de las críticas a esta visión neoliberal extrema que habría que cambiar, para estar a tono con los tiempos.
Pero esto es hacerse trampa en el solitario, el debate es claro: se trata de elegir entre esta Constitución o “la otra”. Lo que no va a ser en ningún caso, es esta maquillada. Para decirlo en términos gráficos: aquí lo que está en discusión es si vamos a tener una Constitución que entiende el Estado como subsidiario o si lo entiende como solidario. Pero lo que no va a ser es subsidiario y solidario.
Si nadie explica ni defiende por qué es bueno un Estado Subsidiario, el resultado del proceso está determinado fuera de toda duda. Es verdad que podemos ganar la próxima elección y dilatar todo cuatro años, después de los cuales volveremos a enfrentar un tsunami electoral imposible de contener, que es exactamente lo que nos pasó por subirnos al discurso de los abusos.
A estas alturas no estaría de más que se evaluara la posibilidad de sorprender, salir jugando por donde nadie lo espera y defender la Constitución. Defenderla porque es buena, porque es el resultado de un proceso de acuerdos de más de 25 años de gobiernos democráticos, porque con ella Chile ha prosperado como nunca y porque en lo fundamental recoge una noción del ser humano y del Estado compatible con la libertad individual. Que es en lo que algunos –como yo al menos- creemos.
Es que con eso perdemos, es la respuesta obvia. Con lo otro también, contesto yo, y prefiero perder defendiendo aquello en lo que creo. Por lo menos duermo mejor.